El mito de Patricio Rey
Un verdadero mito
Patricio Rey es un verdadero mito, no un personaje mitificado. Ensoñado
inicialmente por jóvenes no tan jóvenes en la ciudad de La Plata en los años
1976/77, Patricio Rey es el mito de que alguien puede apadrinar los berretines
de una libertad grupal, que se basta pequeña y efímera pero cuya intensidad
puede crecer con trascendencia inmensurable. Alguien excelso, de jerarquía
redoblada -patricia y monárquica-, para atizar encuentros en torno al principio ordenador del placer, con el
mandato de perder la forma humana y
un concepto regente de fiesta. Un
personaje exento de acto inaugural; un mito que no es ejemplar sino más bien
efectivo en tanto ausente, y que, lejos de prescribir conductas modelicamente,
deja, con la presencia de su distancia, un espectro de sentido que debe ser adivinado
arriesgando.
Los Redonditos de Ricota, pupilos de Patricio Rey en estas pampas,
consiguieron su padrinazgo vía coacción: en la única vez que Patricio dio su
palabra personalmente, en el único texto que se le atribuye a su voz,[1]
declara que el grupo “no pidió ni imploró padrinazgo, sino que lo exigió a
través de una amenaza”. La amenaza de terror si el Rey no apadrinaba la fiesta
–y esa tensión, de sinergia entre calamidad y júbilo, motorizó desde entonces el
espacio redondo–. A partir de allí, cada acto realizado en nombre de la estela
amparadora de Patricio –cada presentación de la banda, cada disco y cada tema,
cada declaración y cada acto organizativo del grupo, pero también las vidas
mismas de sus miembros, y después también cada encuentro de millares o de a
pocos en una esquina o un bar o en las mil situaciones de intercambio de guiños
de una “forma de ser ricotera”, o en el mismo mapa que cada ricotero hace de la
vida…–, va acrecentando la figura de un Rey que, desde algún lugar lejano,
permite, habilita, una experiencia heterogénea, un “mecanismo diferente de
organización de las voluntades” (Solari).
Patricio Rey no es una interpretación mitificadora de un personaje
históricamente efectivo, el uso de una empiria cristalizada para el
apuntalamiento de un esquema conductal: es la creación de una figura imaginaria
que no determina, que alienta a algo sin predicar exactamente qué es, incluso
sin encapsular la experiencia exclusivamente en los encuentros entre los
ricoteros y la banda o a la escucha de los discos. Patricio Rey es un verdadero
mito, no una realidad mitificada; y un mito verdadero: existe, hace sentido,
estimula la organización de prácticas específicas, enhebra la simbología de una
disidencia social. Es verdadero por prepotencia de verdad, mito instaurado y
que se reproduce por contagio; un virus del placer libertario y comunal contra
el virus del control[2].
La producción de verdad de PR no procede por adecuación, sino por creación,
por emanación libidinal. Más que adecuarse a una forma de ser y modelizarla
para su reproducción continua, Patricio es el presupuesto performativo de una
clave de encuentro: clave de encuentro que fue laboratorio, fábrica y campo de
entrenamiento de saberes y formas subjetivas que sacudieron la cultura
argentina de fin de milenio; saberes y formas subjetivas que, enjambrados,
conectados con otros, tuvieron efectos políticos concretos también (en las
jornadas de diciembre de 2001, sobre todo las del día 20...)
Pero no nos adelantemos.
Estábamos en que Patricio Rey no es un mito hecho netamente de la
mitificación de un segmento de empiria, tornado modelo para prescribir la
ordenación de las conductas (no es un mito que trae implicada su conclusión),
sino que se instaura para amparar una experiencia que es donde se alimenta, de
la que nace. Entre el desarrollo mítico y la producción de realidad tangible
hay un paralelismo de retroalimentación. Porque las diversas condiciones
materiales de la presencia ricotera también van constituyendo halo mítico. Es
conmovedor, por ejemplo, escuchar a un ricotero que por joven nunca estuvo en
un show de la banda hablar sobre lo que imagina de esas fiestas; hay muchos
comentarios así bajo los videos en Youtube de los shows. Pero hace rato que los
primeros tiempos de la banda, entre 1976 y 1982, con su memoria de yuntas
jolgoriosas, carnavalescas y circenses, lleno el escenario de personajes
disfrazados y delirantes, una euforia desatada en reductos mugrientos del under
platense (luego también porteño)[3] donde los pupilos-misiles de Patricio
demostraban, en los años más feroces del Terror estatal en Argentina, “que
había vida antes de la muerte”[4]. El
mito de una resistencia –a las formas de vida de la Dictadura– que no competía
con el Estado, no aspiraba a conquistar el poder, sino a ejercer ahora ya un
trastocamiento de lo posible, del sentido de las cosas, de las imágenes de la
vida (pero no viviendo la vida como imagen sino las imágenes como vida).
Lo mítico de Patricio es elaborado entonces mediante una especie de
traducción de un exceso de información sensible que portaba la experiencia de
Los Redondos. Exceso vital que desbordaba la formación de banda de rock, un
recital, discos y canciones, arte de tapa; exceso que es el ánimo no reducible
a ninguno de sus órganos. Si la estructura mítica en general tiene algo de
pedagógico (inteligibilizador, develador, sintetizador, orientador), el mito
ricotero es un presentimiento, una intuición cuya forma se busca bailando, un
mito nunca lleno, sino que exige una
adivinación creadora (adivinación que te vuelve partícipe activo del mito).
La traducción del exceso de información sensible (exceso respecto de los
códigos de expresión y comunicación) no redunda en una inteligibilidad de ese
trasfondo insondable. No: Patricio es un mito opaco, porque es el mito propio
de una frecuencia clandestina, de una dimensión clandestina de las vidas.
Clandestinidad no solo signada por el “boca en boca” de sus recitales, el
“hermetismo” de sus letras (a la par de los enormes efectos,
reinterpretaciones, usos...), la poca o nula difusión de Los Redondos en los
medios de comunicación, la nula “bajada de línea” de la banda en letras o en
declaraciones; sino en tanto que la potencia desbordante de la experiencia
ricotera se mueve en un nivel “escondido”: politicidad clandestina de unos
cuerpos, unos encuentros, unas miradas...
La materialidad de esa “frecuencia” clandestina sin embargo está a la vista
de todos: pieles tatuadas, paredes grafiteadas, cantos de tribu. El mito de
Patricio Rey pasa a ser el código (contraseña, llave) de esa clandestinidad
–masiva, con los años–. Mito como interfaz entre la politicidad de la
experiencia y su dimensión masiva, pública, accesible, transversal (a públicos
variados, a extensas zonas del país).
Otro rasgo de la opacidad, suciedad o impureza de la mitología ricotera es
la profusa galería de personajes que hay en las canciones. El mundo cantado por
los Redondos es un mundo habitado por seres marginales, a veces vistos en su
patetismo (sus tics de acercarse al modelo del centro), a veces vistos como
excéntricos (fundantes precarios de su nuevo propio centro universal). El pibe
de los astilleros, Pierre “el vitricida”, el Botija Rapado, el Morta punto com,
la murga de la Virgencita o los prometidos de carne… También en el arte gráfico
de la banda, desde el disco Oktubre hasta Momo Sampler –segundo y último,
editados en 1986 y 2000 respectivamente–, la mirada se posa en gentes sufridas
y a la vez peligrosas: existencias en cuya explotación se apoya el orden del
mundo, existencias que si se afirman son en lucha. Ni dramáticas ni románticas;
trágicas y ambiguas. Estos personajes y secuencias opacas que pueblan las
letras de los Redondos también son otra arista del mito como interfaz entre las
vidas ricoteras y su simbología, imágenes y relatos; personajes borders, entre lo mundano y lo mítico.
Mito celoso y filoso
¿Por qué los Redondos son los Redondos? Tal es la pregunta elemental sobre
la experiencia ricotera: todos los testigos de su existencia coinciden (con o
sin festejo) en lo palmario de su diferencia, de su especialidad –es único en
su especie-. ¿Por qué tanta historia con una banda de rock? ¿Cómo es que un
grupo de música hace saltar por el aire
los ánimos de una ciudad, incluido su orden callejero? ¿Qué pasa ahí?
El mito de Patricio Rey
se explica por el devenir de las experimentaciones que en él se amparan
(contrariamente a la habitual explicación de los sucesos por la matriz del
mito). Es un mito que viene del futuro, concibiendo al futuro como dimensión
del presente (“toda historia es contemporánea”: también la del futuro). Su
advenimiento consiste en advertir que ya llegó, ya está acá: hay que sacar las
conclusiones últimas, que son las que advienen cuando logramos los ojos para
verlo –y esa operación perceptiva es una organización colectiva concreta–.
El socavamiento de toda fijación sistemática hizo a la larga duración del
derrotero de Patricio y sus Redondos; la banda vivió, estable en su disposición
mutante, veinticinco años: de 1976 a 2001.
Veinticinco años en donde los rituales ricoteros fueron la celosía de
Patricio Rey y en donde el sentido se daba en el raje. Un mito que raja de y lo que hay. Gulp! [1985] es el primer disco y una de sus líneas principales ya
es, en sus letras, la crítica al rock (a la boutique del rock, al rock del rico
Luna Park: el rock espectáculo). Los Redondos entran al rock demarcándose del
Rock, ejercen un estar rajando. Una huida que huye golpeando, fuga y atentado
en un mismo movimiento. Un instinto de negación como procedimiento para abrirle
paso a las propias afirmaciones. Ya no le alcanza (no le arregla) pensar que no
hay futuro: tiene que armar algo, que sea un abandono de lo que hay, pero que
sea acá mismo y constituyendo mundo. No puede no ser conflictivo.
Para situar la conflictividad inherente de Patricio con sus épocas no hace
falta pensar solamente en la gráfica de sus discos Oktubre, Un baión para el ojo
idiota o Bang! Bang! estás liquidado,
ni en los incidentados recitales en estadios de fútbol desde los noventa (esas
imágenes de tierra liberada a la ambivalencia creativa, solidaria y –auto-destructiva
a la vez). Cuenta Poli en el libro de Guerrero que el primer show de Los
Redondos en Capital fue un viernes 18 de agosto de 1978, y el que estaba
programado para el sábado fue el primer show que les suspendieron, temeroso el
dueño del Centro de Artes y Música no porque se hubiera roto algo, sino mas
ampliamente por las pasiones que vio desatadas en esa primera noche de ricota
en Buenos Aires. No era exactamente
un espectáculo.
Veinte años después, el intendente de Olavarría suspende, un día antes, el
show que iba a dar la banda en esa ciudad. Y en el 2001 es la propia banda la
que suspende un recital programado para octubre en el estadio de Unión, en
Santa Fe, diciendo que no estaban dadas las condiciones de sociabilidad para un
congreso ricotero.
Los Redondos chorrearon en todas las épocas. Encontraron siempre una suerte
de envés de sombra de la verdades de la época, de cada una, las habitaron
rajando(las); por supuesto, la banda de Patricio no podía sino ser frágil. Aun
potentísima; aun filoso el vidrio es frágil. Como en general lo arrojado.
Arrojo hecho de desconfianza de piel y entrañas y seso (aquí, gracias a Dios, uno no cree en lo que oye…), de combates con
las fuerzas represivas del Estado, de arengas contra el gobierno menemista,
también de recelo activo hacia la representación mediática[5] (la banda tuvo
una relación estratégica de distancia y uso esporádico de los canales
mediáticos, lejos del automatismo ansioso de la maximización ilimitada de la
visibilidad).
El mito de Patricio organizó una presencia que habitó el agotamiento de la
representación sin apatía ni nihilismo; sino rajándolo, a bordo de gigantesco bondi que avanzaba como bólido para ver
qué había más allá de lo evidente.
Frágil, aun si capaz de ser uno de los (¿tres, cuatro?) cauces mas intensos
de la sensibilidad disidente que estalló en dosmiluno. La del agite, la
apropiación de la calle y el enfrentamiento con la cana; la de la instauración
de nuevos posibles y nuevas necesidades (progresivamente asumidas y
reinterpretadas por las administraciones de gobierno); la sensibilidad que
impugnaba la fiesta oficial de los noventa –con piedras y con fiesta de otra
clase– y la estética gobernante del fin de la historia.
Un mito Real
Es un mito monárquico el
que atizaba un raje de la representación (y de la pura “pobreza” de su
agotamiento). Un mito monárquico que raja primero de la lógica del despotismo
asesino, después de la primavera apocada (en 1984 los Redondos graban su
primera frase: “esta vez, por fin, la prisión te va a gustar”); luego esquiva
la desilusión alfonsinal (“ahora tiro yo porque me toca...”), finalmente arma
una gigantesca trinchera de aguante y jolgorio en la intemperie neoliberal. Un
mito monárquico para la autonomía; un mito Real para rajar –de– la realidad.
¿Qué clase de Rey es Patricio? Una realeza guillotinada que sigue bailando,
lúcido espasmo que provee signos alusivos a la grandeza y motivo para que los
súbditos busquemos la mejor versión de nosotros mismos. Esa realeza nuestra es
un puro cuerpo animoso, que se da a sí mismo una cabeza, un sitio-cabeza cuyo
ocupante vive ausente y pretende siempre ser adivinado. Un monarca absoluto y
disoluto, inventado para ir más allá de nosotros mismos. Un pasadizo,
contraseña y acertijo.
Patricio Rey (y sus redonditos de ricota) –aquel dispositivo musical:
productor, organizativo, simbólico–, nació en diálogo analógico con su época
pero su derrotero tuvo efectos y consecuencias inesperadas, que la experiencia
atendió, y así fue mutando, poniéndose al servicio (oh Rey leal) de sus
efectos.[6]
Patricio Rey, tutor-excusa, espectro pagano, tercero invisible común a
todos los que estamos en su fiesta, es el nombre en clave de una trascendencia
que no era previa a los sujetos, sino histórica, efecto del encuentro,
invención de unos nosotros autoinstituido, de una zona y una red de contrabando
de los signos de otro mundo que existe acá, semi-escondido en éste. Unas
condiciones para mirar el mundo de frente y rugir.
La inmanencia del encuentro, así, arma un ídolo propio, como si se dijera,
de barro, moldeable. Darse su propio ídolo trascendental es el gesto de mayor
fortaleza para la propia afirmación. (Ese Rey manda obedeciendo…). Con esa
voluntad de constituirse según sus efectos, Patricio llega a ser la corona más
multitudinal de toda nuestra historia. La “multitud” descarriada (primero muy pequeña y luego inconmensurable)
lo corona. Esa multitud coronando vía irrupción y amenaza de bardo es el
diferencial de potencia que habilita todo el rito, la liturgia profana de
Patricio Rey. Todavía hoy (2012), cuando toca su ex-frontman, es llegar a un
pueblo o ciudad argentina y encontrar un paisaje conmovedor. Pueblos argentinos
transformados en una superficie inundada por los autoinstituidos discípulos de
Patricio. Miles, miles y miles de pibas y pibes, y señores y señoras,
provenientes de todos los rincones del país, y la corona de Patricio tatuada en
tantas pieles como no es posible contar.
Una inundación de alegría porque llegar ahí es encontrar la increíble extensión
de nuestra intensidad. Festejando que nos une algo mucho más grande que
nosotros, que a la vez no existe nunca sino en estas expresiones (recitales
como éstos pero también en otros encuentros y momentos más fugaces); Patricio
Rey, monarca por invocación, sobrevive desbordando al conjunto de músicos
integrantes de Los Redonditos de Ricota. Nunca los Redondos se confunden con el
Rey. A pesar de las poderosas fuerzas que pugnan y casi llevan a ungir al Indio
Solari, inscriptas en las milenaria fascinación por la voz cantante y por las
singularísimas características del calvo argentino, ningún redondo encarna
nunca a Patricio, sino que todos hacen su mundo, participando en su invocación.
Por eso, también entre los que tocan su música y los que la bailan hay roles
diferentes, pero son ante todo iguales: carnes celebrando que existe Patricio.
“Somos todos redonditos, redonditos de
ricota.”
¿Se recuerda alguna otra banda o formación que tenga un mismo nombre para
nombrar a los “líderes emergentes” y a “los muchos en el llano”? Soy redondo;
de los redondos para los redondos. Porque redondo
no designa una posición de privilegio del ídolo, sino una condición de
pertenencia, por participación, en la fiesta. Todos somos súbditos de Patricio.
Patricio secularizado, ¿corona
expropiada?
La pregunta por la
herencia de los Redondos puede ser una falsa pregunta. Aquella afirmación de
autosuficiencia, desesperadamente jubilosa, se contagia atravesando la cultura
mediante vasos comunicantes complejos. El contagio opera por apropiación, por
resignificación, por digestión. En tanto los efectos de la banda son fértiles,
no se remiten a su terreno de origen. No reconfirman lo que la banda ya era;
por eso muta el circo de Patricio. Así las cosas, en cuanto a la “herencia” de
los Redondos, hay que buscar sus efectos no sólo en el rock sino en la música
en general; no sólo en la música sino en el arte en general; no sólo en el arte
sino en el amplio mapa actitudinal de la vida común. La música no conecta sólo
con la música; la obra de Patricio Rey y sus redonditos nutre sensibilidades
extra musicales; música con efectos urbanos, música con efectos lingüísticos,
música con efectos sociales, música con efectos políticos, música con efectos
gubernamentales.
En los últimos años, el mito de Patricio ha sido apropiado por un relato de
sentido determinista; Patricio es un mito tan potente que ha resultado objeto
del armado de la nueva legitimidad construida desde el Gobierno. Despojado de
misterio, es usado como mito predicativo, despojado así de su naturaleza
experimental. Difícil saber si esto signa la muerte del mito o si la
apropiación –¿que es o no es mutación?– sintomatiza la potencia que todavía
guarda (va de suyo que sintomatiza la potencia que tuvo). De todas formas,
tampoco es posible cerrar la operación al determinarla de “apropiación”; porque
también hay “traducción”, incluso “entrega” (cual “Plan desarme”) de imágenes,
símbolos, estéticas, para un “uso” otro, a una lógica no compatible, en
principio, con los axiomas del mito y de la producción mítica que hemos
descrito. Es evidente el uso que subordina la corona a otra corona… Pero no es
tan facil sentenciar si la corona ricotera es apropiada, secuestrada,
entregada, si estaba disponible, si la usan como puro anzuelo… Simultaneidad de
operaciones, complejidad habilitada, de vuelta, por la potencia del mito.
En todo caso, al situar los fragmentos redonditos –los mitemas– en enunciados que cierran su sentido, como mínimo se le
despoja el misterio, es decir su potencia de generar nuevos posibles. Los
misterios no pueden resolverse –sí pueden transformarse en misterios mejores–;
un mito sin misterio es un mito poco interesante, y las verdades que dejan de
ser interesantes se convierten en mentira. Que podría ser peor, eso no me
arregla....
[1] Se trata de un texto, publicado en la revista Expreso Imaginario, escrito por el Indio
Solari y Guillermo Beilinson (hermano de Skay, guitarrista de la banda) donde
un periodista –Norman Olliermo Indigi– logra entrevistar al mismísimo Patricio
Rey en su búnker de Bruselas.
[2] No es casual que la banda congénere y conciudadana de
los Redonditos sea precisamente Virus; el Indio Solari incluso escribió la
letra de un tema de la anterior banda de Federico Moura, líder de Virus –con un
hermano mayor secuestrado y desaparecido, y su propia muerte de sida, Moura
muestra polos de proyectos y riesgos muy cercanos a los de los Redondos.
[3] Para adentrarse
en el paisaje de aquellos años donde la banda ejercía la resistencia de las
capacidades festivas en plena Dictadura, puede leerse el recientemente
publicado libro Los pasajeros del Rey
Patricio, de Jorge Martín Ocaña.
[4] Declaración
de Sergio Martínez, alias Mufercho, a Gloria Guerrero, en El hombre ilustrado, biografía de Carlos Indio Solari.
[5] El recital de los Redondos en Villa Maria, Córdoba,
en mayo del 98, fue claro en ese doble enfrentamiento: no solo fue una de las
poquísimas veces en que la Policía se dio orden de retirada en un
enfrentamiento callejero de toda la década del noventa (otra fue en el
cutralcazo del otoño del 96), sino que en la batahola las hordas ricoteras
levantaron en peso un móvil de Crónica: la traffic blanca quedó volteada en el
suelo.
[6] No sometió, Patricio, sus efectos a su plan. Solo hay
experiencia cuando una entidad se constituye en relación con los efectos de su
existencia (y no guardando la esencia en un sentido de origen, degradando los
efectos de su existencia a meros sucesos).