Monday, June 08, 2009

Reseña de Conquista de lo inútil, de Werner Herzog (Entropía)

Diario de lo imposible
Pirañas asesinas, chozas de lianas, veneno para puntas de flecha y el objetivo de llevar un barco de vapor selva adentro, hasta un punto del río, y subirlo a través de una montaña a tracción a sangre humana, para bajarlo en otro río. Fiztcarraldo (personaje del film homónimo), como el director Werner Herzog, es un un hombre tomado por una tarea mucho mayor que él: hacer posible lo imposible. En concreto la tarea es un sinsentido, ¿pero cuál no?, si sólo la titánica entrega es fuente de valor, parece decir el Herzog, en cuyo diario de filmación, de dos años, se revela como el verdadero protagonista de la epopéyica empresa que desafía frontalmente a la naturaleza de las cosas, porque aunque cuenta que en Los Angeles los ejecutivos de la Fox daban "como obviedad no discutida que se subiría un barquito de plástico por encima de una colina dentro de un estudio", realizaron la odisea de verdad, con ayuda de centenares de indios y varias muertes en el proceso, y todo "no por una cuestión de realismo, sino por estilizar un gran evento operístico".
Una demencia de locos majestuosos, se diría, de no ser porque Herzog y Klaus Kinski (genial protagonista de este y varias otros films del cineasta) efectivamente logran que su delirio de grandeza tenga un correlato en el mundo. "Todo lo bueno nace a pesar de", decía Nietzsche, y así tenemos no sólo una película inolvidable sino un diario que es un viaje de por sí a una de las reservas de misterio encantado del mundo. Casi veinticinco años se tomó Herzog en darlo a publicar, y es un notición para quien guste de literatura de aventuras selváticas, con mucho material onírico, preocupación por lo poético e interés antropológico, no por los indios -aunque las páginas son una joya del etnocentrismo europeo-, sino por el arrojo del germano a unas condiciones que casi pulverizan la cultura, con el objetivo de erguir un titánico tótem descomunal: eso es fabulosa pieza de museo humano.
Publicada en Rolling Stone, mayo 09

Reseña de Indignación, de Philip Roth (Mondadori)

Carnicería en el campus
En el año 1951, el hijo de un esforzado y honroso carnicero kosher de New Jersey es el orgullo familiar: después de terminar la escuela y ayudar hasta el agotamiento desguazando reses, fregando tachos de grasa y revisando que los culos de gallinas muertas -sólo por desangramiento y sin daño en la cervical- huelan como deben, está por empezar la universidad, cosa que nadie en la familia había logrado. Dos de sus primos murieron combatiendo al nazismo y él quiere aprovechar su oportunidad académica sobre todo para evitar ser llamado a filas como soldado raso en la siguiente contienda bélica en que se embarcaron los Estados Unidos, la de Corea –otra carnicería. Pero resulta que, acaso por la paranoia de tiempos de guerra, su padre se torna insoportable, con un miedo constante y una preocupación insaciable sobre él, quien huye, pues, a una universidad en el lejano Ohio.
Allí, en la vida de “campus” durante la primera guerra de la posguerra, transcurre el grueso de la historia, contada desde una suerte de realismo con libertinajes. En las fraternidades, con decano de varones y de mujeres por separado, el sexo es peor que clandestino, el placer resulta inconveniente; y tan rígidamente reglada está la vida, bajo el terror atómico del mundo bipolar, que los espíritus libres resultan siniestros, y más aún frágiles. Con la incidencia de la historia social en la vida personal como marco problemático, es deliciosamente escalofriante ver la locura consecuente con la racionalidad nacionalista. La época hacía de sus individuos recursos estatales -morales, bélicos.
Así visto, el escenario de la novela en principio nada tiene que ver con los posibles intereses de un joven habitante de la Argentina actual, y sin embargo es justamente en el artificio donde puede producirse una fuerte verdad. La fineza y el poderío narrativo de Roth (acaso el autor estadounidense vivo más prestigioso después de Thomas Pynchon y J.D. Salinger, con cuyo Cazador oculto podría tal vez sintonizarse Indignación- logran que las pasiones puestas en movimiento en un campo ajeno resulten inmediatamente sensibles para el lector; la lectura es un viaje emocional en el tiempo y el espacio. Esfuerzo, romance y desazón: para tomarse un whisky al terminar.
Publicada en Rolling Stone, mayo 09

Los días que vivimos en peligro - reseña

Juan Diego Incardona y Santiago Llach (comps.) Emecé

“Dieciséis escritores argentinos narran los hechos que conmovieron al país”, dice la -cuanto menos- imprecisa tapa del libro que en realidad contiene relatos situados en los días de los hechos.
Con el desafío de contar cosas sobre las que el lector tiene imaginario previo -lo que facilita la comunicación pero aumenta la dificultad de crear un territorio de emotividad singular-, el libro engrosa la tendencia editorial de antologías temáticas; el resultado es desparejo. De Cromañón (Drucaroff) tenemos veinte monótonas páginas de un encuentro entre ex esposos de clase media ochentosa resentidos, narradas como monólogo mental catártico, y sólo al final sorprende el aviso de que el hijo esa noche va a ver a Callejeros; así, la única vitalidad del cuento depende de la asunción de la noticia (y por otra parte, la lectura del hecho ubica a los jóvenes muertos como objetos del accionar o no accionar adulto).
Hay varios textos que le adosan al “hecho” una historia débil donde desplegar un panfleto para cantar la posta sobre el marco político en que se produjeron Malvinas, el suicidio de Yabrán o la toma de La Tablada; nos enteramos de las contradicciones de cierta izquierda, del medio pelo radical, el tufo de los noventa, etcétera.
Otros forjan una trama de afectividad donde pasa algo. El "hecho" puede quedar como telón de fondo televisivo (Oyola con Kosteki y Santillán) o desplazado por un acontecimiento personal (Enríquez sobre Efedrina 94, hecho incluido acaso con sorna), aunque algunos buscan que, en la escena ficcional, el hecho vuelva a conmover, como en los cuentos del 19 y 20 (Jeanmaire), AMIA (Plotkin) o en el divertido e interesante de Juan Leotta sobre la explosión en Río Tercero. Divertido también puede resultar el de Kohan sobre el alzamiento carapintada de Semana Santa, con prostitutas de compromiso cívico y amigos televidentes con escarceo genital. Cucurto afirma sujetos que, callados por el sentido común progresista, habitan la excreción -el culo- de una sociedad estructuralmente compuesta por dueños y despojados, en un relato “cocaína-anilina-colibrí-cocaína” con el Riachuelo congelado en los días de Gobierno vs “Campo”.