1- ¿Dónde está Lionel Messi? ¿Cuál es la naturaleza de este escurridizo pequeño monstruo del fútbol, que tan rápidamente llegó a ser nada menos que la esperanza argentina siglo XXI? Flor de lugar al que Messi llegó sin que lo viéramos en carne y hueso; Messi, el ídolo nuevo, que no se presenta ni como tragedia ni como farsa sino como el futuro que –como siempre- ya llegó.
Como ídolo futbolístico, Messi recoge lo mejor de la tradición del eterno deporte nacional. Pero la idolatría es una investidura social y no una condición individual, es decir que la existencia de un ídolo cifra ante todo elementos constitutivos de su entorno. El heredero es hijo de su tiempo.
Este pibe –que, dicen, de chico fue de Newell’s-, revela novedades radicales acontecidas en esa esencia que llevamos en la sangre. Porque no es sólo la nueva cara del lugar clásico de ídolo futbolístico nacional; es quien viene a evidenciar alteraciones sustanciales en ese lugar, en el juego de los lugares, y -si se pensara bastante- hasta en la noción misma de lugar.
2- ¿Cuál es la ubicación de Lionel Messi en nuestras vidas? El sábado me sorprendió en el supermercado. Era día de 15 por ciento de descuento, por lo que a la normal saturación de mercancías, se agregaba una superpoblación de humanos. Hay que ver lo moldeados que estamos en el consumismo, que, si no, proliferarían los desmayos frente a tal hiperestimulación donde es imposible mantener el mínimo foco. Mucho mérito debe hacer una imagen para atraparnos; fue el caso de Lio Messi, a quien vi sonriendo, esperando para entrar en la casa de una señora, pegado en una botella de pepsi.
Es que ahora es una figura muy vendida, o que sirve para vender gaseosas. Magnetismo no le falta: ¿A qué argentino futbolero no se le acelera el corazón cuando lo ve? Esa increíble relación con la pelota, esa capacidad letal de dañar cualquier defensa preparada o espontánea. Esa inmunidad frente al peso de las grandes situaciones, que sólo se explica viéndolo como un elegido preocupado solamente en su misión que es con la pelota y es ganar y es argentino.
3- Sus cualidades dan para hablar infinitamente. Cualidades, todas, que conocemos gracias a la TV, a internet, a los diarios. Porque sólo jugó en una cancha argentina (hace muy muy poquito) gracias a que, idolatrado ya, se lo convocó al seleccionado. Pero se erigió como ídolo, devino seleccionable, sin que aquí lo viéramos, jamás, en la cancha. La presencia de Messi en el Monumental operó, ante todo, como desmentida. O como confirmación: el pibe existía de verdad. Porque, un tipo al que sólo vemos en pantallas, ¿podemos estar seguros de que no es un invento, un monstruito mediático perfecto y genial? ¿Acaso no podría ser una ficción technicolor con acceso directo al cuore de todo compatriota futbolero?
En los estudios históricos, los registros contables son de gran utilidad porque dan cuenta del funcionamiento económico tal como lo registraban sus protagonistas. Sobre su contundencia, puede reconstruirse imaginariamente el funcionamiento material de la sociedad. Pero hay otro real de toda situación, que es lo imaginable. El horizonte de lo posible. Una mentira, por ejemplo, no da cuenta del real que está diciendo, pero sí da cuenta de otro real: de lo que es creíble. Toda la paranoia de un tipo contiene lo que sus condiciones permiten construir como destino.
Recuerdo Mentiras que matan, donde Dustin Hoffman era el arquitecto de una ficticia guerra estadounidense contra Albania, que convencía al “público” de ser absolutamente verdadera. Y ni hablar del Truman de Carrey, a quien directamente le inventaron todo un mundo. Esos films fueron exitosos por su verosimilitud, por el hecho de que tales operaciones son racionalmente pensables (en todo caso, para desmentir su verosimilitud debería aparecer la figura de la objeción, es decir, de refutaciones puntuales). Lo que asimismo habilita, respecto de las escenas mediáticas, una duda razonable, o al menos una paranoia prudente y epocal. ¿No podrían inventarnos un futbolista, un ultraeficaz ídolo informático? ¿Existe realmente Lionel Messi?
Obviamente no importa tanto si existe o no; lo que no se puede dejar de ver es que nuestro contacto con él permite pensarlo como una ficción.
4- Es cierto que desde el punto de vista de la esteticidad del fútbol, nada de esto importa. Ahí está la belleza, se produce en el contacto de las imágenes de Messi con cualquier sensibilidad futbolera nacional -que es, por cierto, una de las sensibilidades más difundidas en éste, el séptimo país de mayor territorio del mundo si contamos la Antártida. Que el deleite sea por tevé puede disminuirlo, pero no suprimirlo.
Pero el problema no es que se disfrute viendo al pibe por tele. Cosa muy distinta es postularlo como ídolo nacional. ¿Este es el hijo de Dios? Maradona mismo lo dijo: “Messi es mi sucesor”, y no hay postulación más privilegiada. Cantidad de comunicadores sociales le dieron lindo a la matraca con la comparación y la entronización. Vaya uno a saber, podría ser una actitud patria: postular para Argentina un nuevo ídolo, un embrión de rey de reyes, distinto entre los distintos, que liderará el juego nacional, catalizando sus poderes y secando mágicamente sus faltas. Un tipo que transforme a un Negro Enrique en el dador del pase del mejor gol de la historia.
¿Pero qué es el juego nacional? Y sobre todo, ¿qué es ser ídolo nacional? ¿Basta con jugar en el seleccionado? Esa es más que nada una relación de pertenencia: te toca Argentina. ¿Da lo mismo que no se haya formado profesionalmente en Argentina, que no haya jugado en sus canchas, con los cantos de su público, curtiéndose en sus códigos de reclamos y de relaciones con jugadores y referí, con su mundillo de entresemana, etcétera? ¿O alcanza con la prohijación de don Julio Grondona?
5- Los ‘90 nos habían acostumbrado a que los jugadores podían ser de la Selección cuando llegaban a ser jugadores del fútbol europeo. Pero al ponerse la albiceleste, los conocíamos ya como jugadores vernáculos. Argentina podía ser una vidriera para las potencias, pero los pleiers eran de marca nacional. Eran jugadores argentinos, porque su identidad social de jugador se habría construido acá, y su propia concepción de sí mismos como jugadores se forjó en relación con su lugar en nuestro fútbol; y, en rigor, era por eso que eran nuestros, más que por el tema del natalicio.
Lionel Messi, en cambio, ya tenía un lugar en el fútbol de masas mundial cuando llegó al argentino; apareció como noticia de Cataluña que gracias a Dios había nacido en Rosario. Sin embargo todo pasa en todas partes, y el partido con Chelsea y el abrazo de Rijkaard cuando la lesión estuvieron en mi living. Es que Lionel Messi llega a nosotros en las autopistas de la globalización, es parte de nuestra vida en tanto y en cuanto por nosotros pasan los circuitos de elaboración, circulación y consumo de fragmentos que –palabras más palabras menos- se llaman globalización. Nosotros nos llamamos globalización.
¿Cuáles son los colores de la remera de la globalización? En el fútbol ya quedó viejo el internacionalismo, equipado en “Resto del mundo” con jugadores de varios países. Ahora los países se arman convocando jugadores de formación variable. La nacionalidad no existe como punto de partida, sino como segundo término que se construye y opera distribuyendo elementos constituidos y organizados globalmente.
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