Wednesday, September 13, 2006

Subjetividad mediática según Cromañón

La tragedia se impone. Ejerció una interpelación general; una vez más nos une el espanto. Esta escena social de la tragedia, fiel a la época, parece ante todo escena mediática. Conectarse con la tragedia de Cromañón implica conectarse con el discurso mediático. No sólo para el “público”, sino también hasta para las personas vinculadas directamente con el acontecimiento, como veremos. Si el discurso mediático es dominante, es decir, si propone una organización de sentido de los hechos que se instala y excede su origen, entonces para pensar con autonomía es preciso dilucidar sus condiciones. Y esta tarea de elucidación, tarea de desmarcarse, vale también para las posiciones internas al aparataje mediático; sobre todo porque tal concepción que supone un adentro y afuera de los medios es bastante limitada para pensar la subjetividad mediática.
El primer dato notorio es el lugar incómodo en que queda una empresa informativa al momento de un evento así: una tragedia tristísima es, objetivamente, un beneficio para su negocio. Sin lugar a dudas no se trata de que haya una mente macabra que se alegre por esto. Todos los agentes de una empresa que vende noticias se entristecen o hasta implican con lo desgarrador de una cosa así. Pero se entristecen como todas las personas; en el plano en que son agentes del negocio, sufren la misma suerte que la lógica de la empresa noticiosa: toda noticia es ganancia -y de esto no escapa quien escribe. Insisto: aquí no hay acusación, sólo señalamiento de la complicada posición de quienes trabajan sobre la información.
En la cobertura de la tragedia hubo distintas conductas, tanto en los canales de televisión como los diarios, las radios, los informativos en la web. Algunos medios mostraron un sorprendente respeto y una inusitada ubicación. Muchos consideraron que su lugar como medios y como periodistas era limitado, circunscripto a una tarea específica, y que no les correspondía meter su presencia en todos los recovecos de la escena. Otros medios, en cambio, dejaron que su lógica de morbo y de ausencia de cualquier noción de pertinencia fagocitara el espanto. Crónica TV haciendo gala de su primicia y alardeando por su acierto en la cantidad de muertos; la cronista de Canal 9 felicitando a los padres que casualmente habían prohibido a sus chicos salir de casa aquel jueves que luego -y sólo luego- resultó fatídico; estos eran movimientos que aumentaban el caudal del dolor.
Pero el problema no consiste únicamente en las acciones de los medios y sus agentes. La cuestión es el discurso que se arma e instala. Porque en la escena mediática anida una manera de tratar los acontecimientos, de leerlos, de transmitirlos; en fin, una manera de pensar las cosas. Y esa lógica mediática excede a quienes tienen una tarea asignada en los medios.
Ejemplo. Horas después del incendio, cuando en Plaza Miserere aún reinaba el puro caos y la desinformación, una mujer se acercó al micrófono sostenido por un cronista, frente a las cámaras de televisión. “Vine a buscar a mi sobrinito, que vino al recital”. “¿Y ya lo encontró, señora, sabe dónde está, si está a salvo?”. “No sé, aún no hablé con nadie, ni con la policía, ni con los médicos, no sé”. La mina había ido para buscar a su ser querido, ver si estaba vivo o muerto. Sin embargo, lo primero que hizo al llegar fue hablar en la tele, subordinando su problema y su búsqueda al lugar de lo dicho en la tele. En el medio, cambió el rasgo que definía la situación. Ella fue a una situación que esencialmente consistía en la posibilidad de muerte del chico, pero al llegar, la situación era, ante todo, situación mediática. La perspectiva con que habitaba el lugar era la del mundo del espectáculo.
Otro ejemplo de cómo la subjetividad mediática opera más allá de las funciones de los medios. El ejemplo es complicado. Veamos. Los periodistas fueron al lugar a informar sobre lo que estaba sucediendo. Su posición era, digamos, fronteriza: adentro de la situación y a la vez afuera, como observadores. Pero las cosas que allí pasaban excedían lo que la labor periodística espera (lo que puede esperar). Probablemente le hubiera pasado a cualquiera: estando allí, uno deviene partícipe. Esto fue lo que impulsó a Clarín a titular en tapa: “los testimonios de los periodistas de Clarín”. En su labor de observar y reportar el hecho, los periodistas fueron capturados por la situación, convirtiéndose en protagonistas. Como tales, dan testimonio.
A primera vista, con esto parece que estar en la tragedia implicaba renunciar a la posición periodística y hacerse subjetivamente desde la situación. La conclusión sería que en esa situación, la subjetividad mediática cae. Sin embargo, esa posición distinta a la periodística luego es recapturada por la operatoria mediática, dándole forma de testimonio: vuelve al diario. Hasta lo que se le escapa vuelve a ser tomado e incluido en el discurso mediático.
Veamos al discurso en acción. En la tele se acompaña la transmisión de la noticia con un periodista. Desde luego, no hubo comentador que escapara al sentimiento de horror; pero hubo otra reacción compartida: todos recordaron la tragedia de Kheyvis. Esto no quiere decir ni que los hechos estuvieran naturalmente conectados ni que la gente en general no hubiera recurrido a ese recuerdo; tampoco lo contrario. Sólo señala que el discurso mediático realizó esa conexión, proponiéndola como lectura de lo sucedido incluso para quienes no la habían elaborado.
Entonces el hecho es impactante, pero la escena mediática (incluidos los espectadores) tenía un lugar donde recibirlo. De esta manera, por más que una cosa así no es para nada habitual, lo cierto es que el hecho no se presentó como una externalidad inclasificable, sino como parte de una serie.
Esto parece insignificante, pero implica un riesgo decisivo. Una serie es una abstracción hecha con puntos afines de eventos separados. La serie selecciona algunos puntos en común de los hechos diversos, y con ellos arma un género. Debe constar al menos de dos componentes, cuya conexión arme una línea. Kheyvis y Cromañón son dos especies del género tragedia en boliche. He aquí el problema que alerta: una vez construida, la serie queda disponible para recibir nuevos casos particulares de su género. El lugar “tragedia en boliche” se instala como posible más allá de sus concreciones particulares; la tragedia tiene un lugar en la cultura. Esto es raro, ya que lo trágico suele ser pensado como algo que va en contra del modo en que las cosas son. Si la condición humana es la condición cultural; si lo natural del humano es la cultura, entonces el peligro es la naturalización de las tragedias culturales.
Ultimo punto sobre lo que se entrevió respecto del estatuto actual de los medios como subjetividad activa y organizadora de sentido. En medio de la desesperación y el caos, una iniciativa logró algunos encuentros. La gente de la red solidaria juntó fotos de chicos muertos o heridos, para mostrarlas y que los familiares pudieran reconocerlos e ir a buscarlos. Y efectivamente, mucha gente vio en esas fotos a sus hijos, amigos, hermanos, las vio en la tele, y fue a su encuentro.
Ya habíamos visto, con la masacre de Patagones, algo equivalente. Entonces, se temía que el asesinato múltiple tuviera un “efecto contagio”, es decir, que otros chicos copiaran lo que veían en la tele y salieran a mataran chicos, cosa que sucedió pero con mala puntería, y un bala pegó en algo así como una oreja en vez de un cráneo. Aquel efecto era tenebroso, a diferencia de las fotos permitiendo el reencuentro, que son un punto de sosiego en medio del mar de dolor. Pero ambos casos muestran cómo los medios han dejado atrás su función original, esa que les dio el nombre: mediar entre los acontecimientos y el público. En nuestros días, el canal de transmisión de un hecho lo modifica, produce a su vez nuevos hechos, y deviene por ejemplo en vía de contagio o nodo posibilitador de encuentros.

Publicado la primera semana de 2005 en Debate